sábado, 10 de mayo de 2014

El Puente parte 1

Ella se quedó sentada en el banco, mirándome fijamente mientras yo paseaba enfrente suya. En la comisura de su boca se dibujó un amago de sonrisa, eso me dolió y agradó a partes iguales. En el interior de mi pecho parecieron encenderse los hornos de una fundición. Los musculos de mi rostro se tensaron y mis manos acompañaron teatralmente mis palabras.-¿Por qué? Jamás entenderé que viste en mi. No soy nadie. He vivido toda mi vida apartado, escondido en mi mismo. Tu interés me enciende como una cerilla a la pólvora.- espeté, sin cesar mi vaivén. - Tu eres un ser eterno, bello e inmortal. Yo soy marchito, misero, insignificante.- añadí, mirando fijamente los pozos azules que eran sus ojos.

Ella siguió, divertida, en su misma posición.-Eres perfecto. Vives como si no hubiera mañana y amas todos los instantes en los que estas.- espetó.La muerte me miraba divertida, mientras que, alzando un brazo sobre el respaldo del banco, me ofrecía asiento. La sangre se me congeló en las venas.

Entonces, en ese instante, recordé la primera vez en que la vi.

Era una noche clara y calurosa. Las estrellas brillaban majestuosamente en el firmamento y se reflejaban perfectamente sobre la superficie del Ebro, que parecía un gigantesco espejo. Resbalé un poco y me aferré a la estructura del puente. El vertigo empezó a golpear mi cerebro. Era un completo idiota, quería acabar con mi vida y la altura me preocupaba.

-¿De verdad lo vas a hacer?- dijo una voz a mi lado. Sin poder evitarlo solté un grito del susto. Ahí estaba ella, vestida con ropas tan oscuras como su pelo. Estaba de pie encima de la barandilla, como yo.

-¿Quien eres?- pregunté, aún sin terminar de creerme lo que veían mis ojos, aunque sin duda era real, pues no había bebido lo suficiente como para empezar a delirar.

-¿Acaso eso te importa? Estas a punto de tirarte de un puente. Además, yo he preguntado primero.- Respondió, mientras se cruzaba de brazos y mantenía un equilibrio casi irreal encima de la barandilla.

Su imagen, tan tranquila en un momento en que yo no lo estaba, me desestabilizó. Me dio vértigo el verla allí encima.
-Yo... si. Si que lo voy a hacer. Estoy harto... no tengo nada.- le dije. Una loca, seguramente, pensé. Tan loca como yo lo estaba, tan falto de cordura por los golpes de la vida.

-Y como es eso?- dijo, mientras se acercó un poco a mi, caminando perfectamente por encima de la barandilla. -Como ha llegado un jovén como tú a no tener motivos por los que vivir-

-Mira, no voy a contarte mi vida ¿Vale? He venido aquí para terminar con esto. Simplemente, no tengo motivos por los que vivir- respondí, de manera un poco brusca. Sus preguntas estaban empezando a hacer mella en mi resolución.

-Es una pena, la verdad- su voz cogió un tono triste. Me conmocionó que una desconocida pudiera hacer tambalear de esa manera mi determinación.

Me quedé en silencio, observándola unos momentos para luego volver a bajar la vista hacía las aguas del Ebro. Todo se iluminó unos instantes y el puente se agitó, gimiendo su estructura, ante el paso de un camión.

Durante unos instantes creí volar. Pensé que eso era el fin, el golpe me dejaría inconsciente y me ahogaría. Pero esas sensaciones fueron una falsedad. No me había movido del sitio. El vértigo volvió a torturar mi cerebro y mi respiración estaba agitada. Volteé la cabeza hacía la chica.

-Sabes- dijo ella, había bajado de la barandilla. -Mañana a esta hora volveré aquí. Si vienes te diré quien soy y me alegraré de que no te hayas tirado. Si no... - dejó la frase en suspenso. Me dirigió una mirada y yo se la devolví. No sé cuando rato estuve mirándola, pero llegó un momento en que me di cuenta de que allí ya no había nadie. Me bajé de inmediato de allí y corrí a casa, como alma que lleva al diablo.

El pincel casi iba solo por encima del lienzo. Su música, su baile, eran completamente ajenos a mi brazo. Mi mente sólo podía pensar en esa chica. Hacía meses que no pintaba nada, pero las musas me guiaban como el primer día. Era como si hubiera vuelto a nacer.Tosí, lancé los pinceles y las pinturas a un lado y me alejé para observar mi obra, casi terminada.Allí estaba ella. Su mirada de color azul, su piel pálida, sus labios rojos, su pelo moreno y sus ropas. Esas ropas, hasta entonces no me di cuenta, eran extrañamente anacrónicas. Todo en ella era exótico, bello, misterioso. Hasta que no terminé el dibujo no fui completamente consciente de que aquel encuentro la noche anterior no había sido producto del alcohol o la desesperación.

Miré el reloj. Ya era casi la hora. Me vestí despreocupadamente y abandoné mi estudio, dirección a la calle del puente. Era una noche movida por las calles de Amposta. Aquí o allí grupos de jóvenes iban, en coche o a pie, a sus respectivos locales a empezar la fiesta. Mi mente sólo pensaba en ella.

Cuando quise darme cuenta volvía a estar sobre ese puente. Las aguas del ebro hoy no eran tan tranquilas, pero el reflejo del firmamento sobre su superficie seguía inquietandome, como si sus aguas fueran un pozo hacía el infinito, hacía el cosmos.

Mientras mi mente volvía al día de ayer, pensé que quizá, todo, sí que había sido una alucinación. Al fin y al cabo, el tumor estaba muy avanzado y ya le advirtieron sobre las alteraciones de la percepción. Entonces, esos pensamientos volvieron a hacerle deprimir. La muerte volvía a parecer una idea tentadora, tranquilizante.Una mano se posó sobre mi hombro, no pude evitar dar un respingo de sorpresa.

-Has venido, me alegro mucho de verte.-

Esas dulces palabras, porque su tono era tal, me provocaron un leve escalofrío que atravesó de arriba a abajo mi espalda. Me giré y la vi. El retrato había cobrado vida de nuevo. Esa misteriosa muchacha estaba a pocos centímetros de mi, y esgrimía una sonrisa que, incluso en esa oscuridad, casi podía jurar brillaba con luz propia.

-¿Quien... quien eres?- alcancé a decir. Sabía, inconscientemente, que a partir de ese momento estaría condenado.


Continuará...


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