domingo, 15 de junio de 2014

Rostros en la Penumbra


Abrí los ojos y me encontré tendido en el suelo, Estaba totalmente oscuro y no veía nada. Al poco, la tenue luz que se filtraba por unas pequeñas ventanas en lo alto me dejo observar que me encontraba en un baño. Me sentí totalmente confuso al ver de qué se trataba, exactamente, del baño del gimnasio de mi instituto.

Me orienté a palpas en la penumbra y salí de allí. El pabellón del gimnasio estaba totalmente vacío y cuando caminaba parecía que cortara el aire de lo cargado que iba. Había un fuerte olor a humedad que me inundaba y me costaba respirar. Seguí avanzando a pasos cortos por la instalación hasta llegar al otro extremo. Por un segundo temí que la puerta no se abriera. La empujé con fuerza y con un poco de resistencia cedió y me mostró la espectral visión de un pasillo que casi parecía eterno.
Por mi mente empezaron a circular pensamientos ¿Qué hacia en el instituto? ¿Porqué no lograba recordar nada de cómo había podido llegar allí? Mi sensación de claustrofobia se acrecentaba a cada paso por el pasillo y el extraño hedor, que ya no podía catalogar, parecía que me siguiese allí a donde fuese. Me palpé la frente, estaba helado ¿Qué me había ocurrido? Llegué al final del pasillo. De entre la nada pude ver el hall del instituto aparecer enfrente de mí.
Mire hacía la izquierda y vi algo, había alguien en la oscuridad, sentado al lado de la cristalera que daba al pequeño patio interior. Me acerqué con cautela. La figura no se movía. ¿Quién era? -¿Hola? ¿Sabes que ha pasado aquí?- fueron las palabras que brotaron de mi boca como un pequeño hilo que temía romper el palpable muro de silencio que allí imperaba. La figura alzó la cabeza, era una muchacha de pelo rizado y tan negro como su vestido. Su piel, que era pálida, contrastaba con su conjunto.
Olía a rosas. En lo que más me fijé era en sus ojos, eran oscuros y brillantes y profundos como pozos. Me podría haber hundido en ellos de no ser por que la chica se levanto de golpe y se alejo de mí como si viera a un fantasma. Debía tener mi edad
–Eh! Eh! ¿Qué ocurre?- dije acercándome a ella.
-¿Viene a llevárseme con los otros?- murmullo la chica con una voz temerosa.
-¿Llevarte? No he venido a llevarte a ningún sitio con nadie ¿Y qué otros?- Pregunté inquieto.
La chica enmudeció y se sumergió en la oscuridad. Quise ir a buscarla pero cuando estuve donde ella antes, no había nada más que negror y ese perenne olor repulsivo que lo llenaba todo. Al darme la vuelta para volver al hall, me encontré fuera de puesto. Estaba justo en el pasillo opuesto al que debía de estar. Podía entrever el cristal en el que hace poco estaba la chica apoyada. Mire hacía la puerta de la sala de profesores, estaba entreabierta. Me acerqué a inspeccionar y abrí la puerta del todo.

Un asqueroso hedor me revolvió el estomago y me irritó los ojos. No veía nada. Al entrar allí note que pisaba sobre mojado, algo espeso. Se me congelaron todos los músculos cuando pude ver, delante de mi, un cuerpo extendido sobre el suelo, rodeado de un charco muy grande de oscuridad que deduje, debía ser sangre. Me di la vuelta aterrorizado y me tropecé con algo que colgaba en la oscuridad en un macabro vaivén. Era otro cuerpo. Ahogué un grito de horror, en la oscuridad había ojos que me miraban. Encontré la puerta a palpas y eché a correr hacia la salida del centro. Mientras corría me parecía ver en la oscuridad brazos que se alzaban a por mí. Torcí la esquina en donde debía de estar el hall pero mi sorpresa fue encontrarme enfrente de la pequeña escalera que daba al pasillo del cual intentaba huir. Giré en redondo y me encontré enfrente de la puerta de la biblioteca del instituto. Me estaba volviendo loco, nada estaba donde debía estar.
Parecía como si el propio lugar jugara en mi contra en aquella macabra pesadilla que estaba viviendo. Empuñe el pomo de la puerta y lo gire temeroso, como si me fuera a morder. La puerta se desplazó hacia un lado y entré en la estancia.







Me quedé pasmado viendo lo que tenia delante. Desde luego esa no era la biblioteca del instituto, era una biblioteca si, pero parecía sacada de el castillo de algún duque o príncipe europeo de los antiguos libros de caballería. La sala que tenia enfrente estaba habitada por filas y más filas de mesas perfectamente alineadas y custodiadas por sillas. Todo estaba rodeado por pasillos y avenidas de estanterías laberínticas llenas de libros, polvo y penumbra. Reparé en el centro de la sala, había alguien sentado de espaldas a mí. Fui hacia allá con cuidado, aunque no podía disimular mi inquietud interna ni mi horror ante esa situación tan paranoica. Cuando estuve al lado de la persona vi con claridad quien era.

-Esta vez no te vayas, por favor- mascullé suavemente. La chica se dio la vuelta alarmada y se quedo escrutándome con su misteriosa mirada un buen rato.
-Tu no eres como ellos, ellos no pueden entrar aquí- dijo lentamente.

Me la quede mirando interrogante.- ¿Donde es aquí? Esto parece mi instituto pero no lo es. Y ¿Quién eres tú?- pregunte con desesperación. La chica mostró un rictus de tristeza y se levanto de la silla. Sus ojos lloraban.
–No lo sé. Hace mucho que estoy aquí pero no sé nada. No sé nada…- susurró. Se abrazó a mí y yo me quede tieso, sin saber que hacer. Ella alzó su cabeza lentamente y nuestros labios se unieron en un beso inesperado. Un beso helado y a la vez lleno de pasion que parecía casi onírico. Olía a rosas.

De pronto un poderoso estruendo sonó de la pared de detrás de nosotros. Me di la vuelta. Allí no había ninguna puerta, solo más estanterías. Una de ellas acababa de caer hacia delante, rompiéndose totalmente contra el suelo y dejando el aire lleno de polvo y paginas de libros flotando. Vi la muerte, vi los ojos y los brazos, vi esa maldición viviente arrastrándose hacia nosotros. Al voltearme, la chica ya no estaba, la busqué con la mirada pero solo comprobé, horrorizado, como todo empezaba a arder. Corrí entre el laberinto de estantes mientras una lluvia de papel y ceniza ardiente rugía encima de mí.
Buscaba alguna salida de ese lugar que se estaba consumiendo entre llamas rápidamente, pero no encontraba nada más que pasillos y más pasillos ígneos. Al doblar una esquina, encontré la puerta de salida. No era la misma por la que había entrado, pero en ese momento no pensé en nada más que en salir de ese infierno. Embestí la puerta con furia. Caí hacia fuera acariciado por la brisa del exterior.
Me encontré tirado entre las hojas caídas de los árboles del patio. Solo había un problema, había solo hojas, ni patio ni árboles. Todo estaba cubierto por un gris mar de hojarasca. Por donde había caído no había ninguna puerta, ni rastro de humo o fuego. No pude saborear esa falsa sensación de libertad mucho tiempo. Con terror observé como toda una serie de cuerpos y entes emergían de entre la espesa capa vegetal y me miraban con su infecta y maldita mirada. Esa sucia pestilencia a podredumbre volvió a aparecer. Retomé mi desesperada huida corriendo y pisando manos invisibles entre las hojas. Sentía como el corazón quería salirse de mi pecho mientras intentaba no perder el control sobre mí mismo e intentar pensar con claridad. De nada servia, fuese donde fuese solo había más patio, más pesadillas, más desesperación. De pronto, alguien pronunció mi nombre detrás de mí. Al darme la vuelta tropecé con algo bajo mis pies y vi como el paisaje moteado de gris y verdes oscuros ascendía rápidamente hasta rodearme. El mundo se apagó.

Abrí los ojos y me encontré cara a cara con el horror. Estábamos en una estancia viva, todo era él, y a la vez esa criatura estaba enfrente de mí. Yo tenía el cuerpo agarrotado y no podía huir. Esa cosa avanzaba hacia mí. Sus ojos me observaban sin pestañear, hondos como pozos, y sus brazos me buscaban a palpas. Lentamente me rodeó y la oscuridad real llego a mí. Una sensación de frío me embalsamó totalmente y senti de nuevo un helado beso en mis labios. Fue entonces cuando la vi a ella, enfrente de mí. La Muerte olía a rosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario